Uno de los reclamos que más temía de mis hijos cuando eran niños, era: ¡me lo prometiste...!
porque en muchos casos yo ni si quiera recordaba qué promesa les había hecho, o haber dicho una palabra al respecto...
Dios, en cambio, no olvida sus promesas, ni las hace a la ligera, pero, ¡Con cuánta frecuencia le recordamos y hasta exigimos que lleve a cabo determinadas promesas que encontramos en la Biblia, como si estuviera remiso en cumplirlas!
Una de las cosas más desconcertantes para el cristiano es el hecho de que las promesas del Señor no siempre parecen cumplirse, sobre todo aquellas que tienen que ver con nuestra prosperidad material y familiar, nuestra salud, y especialmente nuestros deseos.
¿Entonces qué? ¿Son todas sus promesas para nosotros o no?
Continuando con el tema anterior, en Deuteronomio 2 encontramos un incidente del peregrinaje del pueblo de Israel hacia la tierra prometida que nos puede dar lecciones valiosas al respecto.
En los versículos 4-7 se cita lo siguiente:
"Y manda al pueblo, diciendo: Pasando vosotros por el territorio de vuestros hermanos los hijos de Esaú, que habitan en Seir, ellos tendrán miedo de vosotros; mas vosotros guardaos mucho. No os metáis con ellos, porque no os daré de su tierra ni aun lo que cubre la planta de un pie; porque yo he dado por heredad a Esaú el monte de Seir. Compraréis de ellos por dinero los alimentos, y comeréis; y también compraréis de ellos el agua, y beberéis; pues Jehová tu Dios te ha bendecido en toda obra de tus manos; él sabe que andas por este gran desierto; estos cuarenta años Jehová tu Dios ha estado contigo, y nada te ha faltado."
Lo mismo se indica de Moab y Amón en los versículos 9 y 19 de este capítulo.
¿Por qué no les daría la tierra de los edomitas, moabitas y amonitas?
La promesa de Dios a Abraham fue "a tu descendencia -o a tu parentela- daré esta tierra"(Génesis 15:18)
Pocas veces pensamos que la descendencia de Abrahám no incluía sólo a los judíos, sino también al resto de sus familiares. Tanto los hijos de Esaú, hermano de Jacob, como Moab y Amón, hijos de Lot fueron alcanzados por las promesas de Aquel que siempre honra su palabra.
Y mirando un poco el mapa, ya poseían esta tierra los madianitas, que eran descendientes de Cetura, segunda esposa de Abraham.
Muchos años antes que el quejoso pueblo de Israel pudiera alcanzar las promesas de Dios, los edomitas, moabitas, amonitas y madianitas, aún cuando eran idólatras, ya habían echado a los gigantes y recibido la Tierra de la promesa
¡Qué lección para nosotros!
En su eterno propósito, nuestro Padre Celestial tiene en cuenta no sólo al remanente de su pueblo, sino a toda la humanidad. Hace bondadosamente salir su sol y descender la lluvia, sobre "buenos y malos, sobre justos e injustos".
Las promesas están allí, para sus hijos y para toda la humanidad, pero no nos corresponde a nosotros decidir cuándo ni en qué circunstancias las recibiremos, como si Dios nos debiera algo.
A veces no recibimos sus bendiciones simplemente por que no las pedimos. Otras, nuestra impaciencia o nuestra falta de fe nos inhabilitan para recibirlas. En ocasiones incluso la prosperidad material puede resultar un estorbo para sus planes, porque cuando todo anda bien nos olvidamos de El
Debemos, sí, reclamarlas al Señor con humildad y constancia, pero siempre teniendo en cuenta su gloria y sus propósitos, recordando las palabras "Hágase tu voluntad".
La mayor y más relevante promesa de las Escrituras, sin embargo, felizmente no depende de nosotros para su cumplimiento.
Jesús -antes de su ascención- prometió volver, y lo hará, porque El cumple, Pero nos dio la tarea de pedir por ella, diciendo: "venga tu reino". ¿Lo estás haciendo? Y lo que es mejor, ¿te estás preparando para su regreso?
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