Tiempo atrás, cuando estaba cursando la secundaria tuve que aprender muchas cosas de memoria. Entre ellas recuerdo haber recitado en mis poco agradables clases de Física el siguiente concepto: "masa es la cantidad de materia que tiene un cuerpo".
Pero muchos años después compré un libro en el que decía que esta definición estaba perimida y que la masa se relacionaba con la inercia.
¿Para qué me sirvió entonces aquello que había aprendido en el colegio?
Y ésta es apenas una de las cosas que a lo largo de los años tuve que reconocer que no eran como yo pensaba.
La vida cristiana es un aprendizaje. En la Palabra de Dios encontramos a cada paso instrucciones preciosas tanto para la vida espiritual como para cada aspecto de la vida práctica. Como nuestro Señor sabe cuánto nos ha alejado el pecado del ideal que Él tiene para nosotros, consignó en la Escritura todo lo necesario "a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra". 2ª Timoteo 3:17
Sin dudas tenemos mucho que aprender, nuevos conceptos, nuevo estilo de vida, nuevo lenguaje, nuevas actividades y nuevas maneras de relacionarnos. Siempre habrá algo nuevo para aprender.
Pero la vida cristiana consiste también en desaprender. Nuestros antiguos conceptos, hábitos y modos de vida deben ser abandonados. Quizá todo lo que aprendimos y practicamos a lo largo de nuestra existencia esté viciado de nulidad y deba dejarse de lado.
Esto no es fácil, puesto que nuestros hábitos son extremadamente dificiles de desarraigar. Justamente por eso, lo aprendido aparte de la voluntad del Señor resulta un gran impedimento para avanzar en la fe.
El caso de Moisés es ilustrativo. Pasó cuarenta años aprendiendo en la corte del Faraón un estilo de vida centrado en sus propias posibilidades y llegó a ser un hombre de éxito, con más que brillantes perspectivas mundanas. Pero todo su saber y poderío adquirido en Egipto no hicieron otra cosa que aumentar su orgullo y su confianza propia.
Fue así que, al actuar por cuenta propia, recibió una dura lección. Tuvo que escapar y pasar otros cuarenta años en el desierto, ejerciendo una profesión despreciada por los egipcios, para que su yo fuera reducido a polvo.
Esteban, el mártir, lo expresó así: "Y fue enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras. Cuando hubo cumplido la edad de cuarenta años, le vino al corazón el visitar a sus hermanos, los hijos de Israel. Y al ver a uno que era maltratado, lo defendió, e hiriendo al egipcio, vengó al oprimido. Pero él pensaba que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya; mas ellos no lo habían entendido así. Y al día siguiente, se presentó a unos de ellos que reñían, y los ponía en paz, diciendo: Varones, hermanos sois, ¿por qué os maltratáis el uno al otro? Entonces el que maltrataba a su prójimo le rechazó, diciendo: ¿Quién te ha puesto por gobernante y juez sobre nosotros? ¿Quieres tú matarme, como mataste ayer al egipcio? Al oír esta palabra, Moisés huyó, y vivió como extranjero en tierra de Madián, donde engendró dos hijos. Pasados cuarenta años, un ángel se le apareció en el desierto del monte Sinaí, en la llama de fuego de una zarza". Hechos 7:22-30
Desaprender es amargo y humillante porque va en contra del orgullo humano. A todos nos gusta ser maestros y nos molesta estar equivocados.
Es también muy duro pues provoca inseguridad y temor. ¿Si lo que creía no era cierto, qué cosa lo es? Es una fea sensación dudar de lo establecido y de nuestra propia capacidad.
No obstante, desaprender es parte de la experiencia cristiana. Desde que nacimos aprendimos los modos del mundo, ahora debemos desaprenderlos porque constituyen un obstáculo temible si hemos de aprender a vivir para la eternidad.
En realidad, el ego es nuestro peor enemigo, puesto que tiende a crecer indefinidamente, desplazando a Dios del trono del alma.
En muchas ocasiones he visto cómo los preconceptos impidieron en otros y en mí el progreso espiritual. Aprendí tristes lecciones de aquellos que, como Esaú, sacrificaron el cielo por algún hábito arraigado.
Pero las más amargas las aprendí en mí mismo cuando tuve que desaprender mis propios hábitos adquiridos y acariciados desde la infancia. Me costó y aún me cuesta desaprender cosas que antes de conocer al Señor me parecían deseables y legítimas, pero que en realidad quitan el gusto por Cristo y la verdad.
Pero las más amargas las aprendí en mí mismo cuando tuve que desaprender mis propios hábitos adquiridos y acariciados desde la infancia. Me costó y aún me cuesta desaprender cosas que antes de conocer al Señor me parecían deseables y legítimas, pero que en realidad quitan el gusto por Cristo y la verdad.
Esto tambíen es cierto en cuanto a la iglesia. Hay mucho que tenemos que desaprender para convivir en armonía. Me resultó particularmente atrayente esta cita: "Es necesario que nuestra unidad sea hoy de un carácter tal que soporte la prueba... Tenemos muchas lecciones que aprender, y muchísimas que desaprender. Sólo Dios y el cielo son infalibles. Se chasquearán los que creen que nunca tendrán que abandonar una opinión acariciada, que nunca se les presentará la ocasión de cambiar su punto de vista. Mientras sigamos aferrados a nuestras propias ideas y opiniones con empecinada porfía, no podemos gozar de la unidad por la cual Cristo oró". La Iglesia Remanente Página 38
Tal vez en esta vida no podamos aprender todo aquello que el Señor quiere revelarnos, pero igual se nos dará entrada en la ciudad celestial.
En cambio si no desaprendemos las lecciones que Satanás, el mundo y la carne nos enseñaron, no habrá lugar en la Nueva Jerusalén para nosotros.
En cambio si no desaprendemos las lecciones que Satanás, el mundo y la carne nos enseñaron, no habrá lugar en la Nueva Jerusalén para nosotros.
Imitemos por la fe la actitud que tuvo Pablo cuando dijo: "sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado". 1 Corintios 9:26-27
Desaprendamos hoy.
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