Jamás he visto a Dios, pero presiento
su mano bienhechora en mi existencia.
Cuando en la noche de mi vida siento
su clara luz brillar en mi conciencia.
Jamás he visto a Dios, pero en los astros
que resplandecen en la noche oscura,
contemplo absorto sus divinos rastros
y su estela inefable que fulgura.
¿Quién es ese que dice que no existe?
¿Quién es aquel que niega su evidencia?
¿Dudas acaso porque no le viste…?
¿O porque el necio niega su existencia…?
Me habla de Dios la brisa mañanera;
me habla de Dios el sol con sus fulgures;
me habla de Dios la dulce primavera;
me habla de Dios el valle con sus flores.
Me hablan de Dios el átomo y la célula;
me hablan de Dios el mar y la tormenta;
me hablan de Dios la hormiga y la libélula
y el pétalo de lirio que revienta.
Me hablan de Dios los gélidos rocíos;
las selvas, los volcanes, los nevados,
el grito atormentado de los ríos,
y todos los peñascos y collados.
Los valles, los desiertos y tibundos,
las bestias de los montes y los mares
me cuentan de que Dios hizo los mundos
y todas las regiones estelares.
Cuando en las tardes de ópalo y topacio
contemplo yo los vastos horizontes,
hallo su nombre escrito en el espacio
Y en la frente rugosa de los montes.
La alondra con su canto melodioso
y el ruiseñor con su inefable trino,
me hablan del Santo, Eterno, Poderoso,
del que al relámpago trazó camino.
Su luz brilla en los soles del vacío.
las pléyades se visten con su gloria;
y en la corriente límpida del río
las linfas cantan su inmortal victoria.
Todo enmudece y calla en la presencia
de Aquel que todo lo hizo de la nada,
y que muestra su gran omnipotencia
en el trueno, en el mar, y en la cascada.
No se ve a Dios, pero su luz fulgura
en la noche abismal de la conciencia;
y desde allá nos habla con dulzura,
nos da su amor y su inefable ciencia.
Autor desconocido
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