“En amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”. Efesios 1:5-7
¿Qué es la gracia?
Según la alegre definición de mi esposa, son las “ganas” (el deseo intenso) que Dios tiene de salvarnos. Me agradó por lo simple, pero debo reconocer que este tema es infinitamente abarcante y complejo.
Basta investigar un poco para ver que hay muchas definiciones y muchas interpretaciones acerca de la gracia, y no todas concuerdan. Mucho se ha dicho y se ha discutido sobre la gracia. Ríos de tinta se gastaron en definirla y explicarla, grandes teólogos la han interpretado, grandes concilios se reunieron para examinarla o para condenar (¡que raro!) las interpretaciones de estos teólogos.
Pero la gracia es como el helado. No vienen todos los helados en un único gusto, cada quién elige el de su preferencia. No se compra además un helado para filosofar, debatir o analizar, sino para saborearlo y comérselo.
De la misma manera, la “multiforme gracia de Dios” es algo para experimentar, no para debatir. Es mi intención abordar este tema con sentido práctico, para poder apropiarnos de la bendición que se nos concede tan abundantemente. Cuando la recibamos no nos harán falta definiciones sobre ella.
¿De quién viene? ¿Cómo actúa?
Cristo mismo es la encarnación de la gracia. Gracia que perdona y que transforma a quienes lo reciben: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. Juan 1:12-14
La gracia pone a nuestro alcance el arrepentimiento, el perdón, la fe y la salvación, mediante la obra de Cristo por nosotros.
“Fuera de Cristo, "no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos." Por la fe, recibimos la gracia de Dios; pero la fe no es nuestro Salvador. No nos gana nada. Es la mano por la cual nos asimos de Cristo y nos apropiamos sus méritos, el remedio por el pecado. Y ni siquiera podemos arrepentirnos sin la ayuda del Espíritu de Dios. La Escritura dice de Cristo: "A éste ha Dios ensalzado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de pecados." El arrepentimiento proviene de Cristo tan ciertamente como el perdón”. El Deseado de Todas las Gentes Página 175
En la cita anterior vemos que la gracia encarnada en Jesús, la gracia externa, se complementa con una gracia interna. El Espíritu Santo es el segundo agente de la gracia, que obra en lo íntimo del corazón y la conciencia conduciendo al pecador al reconocimiento de su completa incapacidad e injusticia. Esta convicción lleva a la transformación de la vida mediante el poder del Consolador.
Estos dos agentes de la gracia trabajan al mismo tiempo para alcanzarnos, como se ve en la siguiente cita: "Si dais, arrepentidos, un solo paso hacia él, se apresurará a rodearos con sus brazos de amor infinito. Su oído está abierto al clamor del alma contrita. El conoce el primer esfuerzo del corazón para llegar a él. Nunca se ofrece una oración, aun balbuceada, nunca se derrama un lágrima, aun en secreto, nunca se acaricia un deseo sincero, por débil que sea de llegar a Dios, sin que el Espíritu de Dios vaya a su encuentro. Aun antes de que oración sea pronunciada, o el anhelo del corazón se dado a conocer, la, gracia de Cristo sale al encuentro de la gracia que está obrando en el alma humana." LP 190.
¡Maravillosa gracia!
Se nos ofrece inagotable, libre y abundantemente; ungida con el perfume del “puro afecto de su voluntad”. Puede ser nuestra ahora mismo, sin condiciones ni mayor requisito que nuestro anhelo por ella. El Padre la ofreció, el Hijo la hizo accesible, el Espíritu la hace realidad en nuestras vidas.
- Es nuestro privilegio desearla.
- Es nuestro derecho solicitarla.
- Es nuestra necesidad tenerla.
- Es nuestro gozo experimentarla.
- Es nuestro deber compartirla.
¿Deseamos sentirla en nuestra vida? Será ella nuestro estudio por la eternidad cuando lleguemos a la presencia de Aquel que es todo “lleno de gracia y de verdad”.
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