Hay pasajes del Antiguo Testamento que son sumamente trágicos e inexplicables, claros ejemplos de la insensatez de la naturaleza humana. Son relatos que solemos pasar por alto pues aparentan no tener ninguna enseñanza positiva. El que sigue es uno de ellos:
“Entonces se levantaron, y pasaron en número igual, doce de Benjamín por parte de Is-boset hijo de Saúl, y doce de los siervos de David. Y cada uno echó mano de la cabeza de su adversario, y metió su espada en el costado de su adversario, y cayeron a una; por lo que fue llamado aquel lugar, Helcat-hazurim, (campo de filos de espadas) el cual está en Gabaón”. 2º Samuel 2:15,16
En este singular relato, ocurrido a la muerte de Saúl, Abner comandaba el ejército que se mantenía de parte de la casa del fallecido rey, en tanto que Joab iba al frente del ejército de David, que había sido proclamado rey en Hebrón.
Habiendo dos pretendientes al trono, el asunto iba a resolverse por la fuerza de las armas. Las dos facciones ignoraban (¿voluntariamente?) las indicaciones que Dios había dado al respecto y procedían como el resto de las naciones de su época.
Para evitar una confrontación directa, cada bando eligió a sus campeones, doce en total, todos jóvenes. El resultado: “¡cayeron [todos] a una!”. No se salvó nadie.
Esta batalla entre hermanos es muy parecida a las luchas que suelen levantarse dentro de la iglesia y tiene una lección positiva para enseñarnos.
Cuando hay contiendas en la iglesia, generalmente se debe a luchas por el poder; encarnadas en pequeños egoísmos, malas sospechas, chismes acogidos con agrado, ofensas reales o imaginarias, etcétera, destinadas a exaltar nuestro yo desmereciendo al otro.
La Biblia nos advierte sobre este tipo de cosas, resultado de la mundanalidad que el pecado utiliza como cabeza de playa para penetrar en la iglesia.
“Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa”. Santiago 3:14-16
En los conflictos entre hermanos notamos algunos elementos que son comunes a la historia inicial.
En las instrucciones dadas por Pablo a Timoteo encontramos este consejo que todos los que deseamos ser siervos de Dios debíeramos seguir, especialmente los que se hallan en posición de liderazgo: “Pero desecha las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas. Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad”. 2 Timoteo 2:23-25
Volviendo a la historia del principio, la absurda muerte de estos jóvenes fue seguida de una matanza que solamente se detuvo cuando alguien reflexionó:
“Entonces los soldados benjaminitas se reunieron para apoyar a Abner, y formando un grupo cerrado tomaron posiciones en lo alto de una colina. Abner le gritó a Joab: —¿Vamos a dejar que siga esta matanza? ¿No te das cuenta de que, al fin de cuentas, la victoria es amarga? ¿Qué esperas para ordenarles a tus soldados que dejen de perseguir a sus hermanos?
Joab respondió:
—Tan cierto como que Dios vive, que si no hubieras hablado, mis soldados habrían perseguido a sus hermanos hasta el amanecer. En seguida Joab hizo tocar la trompeta, y todos los soldados, dejando de perseguir a los israelitas, se detuvieron y ya no pelearon más”. (vers. 25-28 NVI)
Si pudieramos mirar el futuro y ver el resultado de nuestras luchas, quejas y discordias, comprenderíamos al igual que Abner, que las contiendas no tienen razón de ser. La victoria lograda a este precio resulta siempre amarga, desalentando y dividiendo, agotando las fuerzas y provocando heridas que quizá nunca sanen. Pelear contra nuestros hermanos es pelear la batalla equivocada.
Tomemos posiciones. Cerremos filas alrededor de la verdad.
Permitamos cada día que la sensata voz del Espíritu de Dios nos haga entrar en razón. Que el sonido de la trompeta no sea para llamar a la guerra fratricida y sin sentido que Satanás desea imponer en la iglesia. Más bien ella suena para congregarnos alrededor de la divisa gloriosa de nuestro Señor, para pelear la buena batalla de la fe.
“Entonces se levantaron, y pasaron en número igual, doce de Benjamín por parte de Is-boset hijo de Saúl, y doce de los siervos de David. Y cada uno echó mano de la cabeza de su adversario, y metió su espada en el costado de su adversario, y cayeron a una; por lo que fue llamado aquel lugar, Helcat-hazurim, (campo de filos de espadas) el cual está en Gabaón”. 2º Samuel 2:15,16
En este singular relato, ocurrido a la muerte de Saúl, Abner comandaba el ejército que se mantenía de parte de la casa del fallecido rey, en tanto que Joab iba al frente del ejército de David, que había sido proclamado rey en Hebrón.
Habiendo dos pretendientes al trono, el asunto iba a resolverse por la fuerza de las armas. Las dos facciones ignoraban (¿voluntariamente?) las indicaciones que Dios había dado al respecto y procedían como el resto de las naciones de su época.
Para evitar una confrontación directa, cada bando eligió a sus campeones, doce en total, todos jóvenes. El resultado: “¡cayeron [todos] a una!”. No se salvó nadie.
Esta batalla entre hermanos es muy parecida a las luchas que suelen levantarse dentro de la iglesia y tiene una lección positiva para enseñarnos.
Cuando hay contiendas en la iglesia, generalmente se debe a luchas por el poder; encarnadas en pequeños egoísmos, malas sospechas, chismes acogidos con agrado, ofensas reales o imaginarias, etcétera, destinadas a exaltar nuestro yo desmereciendo al otro.
La Biblia nos advierte sobre este tipo de cosas, resultado de la mundanalidad que el pecado utiliza como cabeza de playa para penetrar en la iglesia.
“Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa”. Santiago 3:14-16
En los conflictos entre hermanos notamos algunos elementos que son comunes a la historia inicial.
- No buscaron el consejo de Dios o de sus profetas
- Utilizaron los métodos del mundo
- No se expusieron a la lucha directa (que otros luchen por nosotros)
- Los jóvenes en edad o en la fe suelen ser las primeras bajas
- El predecible resultado: no hubo ganador, no se salvó nadie
- Esto no evitó que la lucha continuara
En las instrucciones dadas por Pablo a Timoteo encontramos este consejo que todos los que deseamos ser siervos de Dios debíeramos seguir, especialmente los que se hallan en posición de liderazgo: “Pero desecha las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas. Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad”. 2 Timoteo 2:23-25
Volviendo a la historia del principio, la absurda muerte de estos jóvenes fue seguida de una matanza que solamente se detuvo cuando alguien reflexionó:
“Entonces los soldados benjaminitas se reunieron para apoyar a Abner, y formando un grupo cerrado tomaron posiciones en lo alto de una colina. Abner le gritó a Joab: —¿Vamos a dejar que siga esta matanza? ¿No te das cuenta de que, al fin de cuentas, la victoria es amarga? ¿Qué esperas para ordenarles a tus soldados que dejen de perseguir a sus hermanos?
Joab respondió:
—Tan cierto como que Dios vive, que si no hubieras hablado, mis soldados habrían perseguido a sus hermanos hasta el amanecer. En seguida Joab hizo tocar la trompeta, y todos los soldados, dejando de perseguir a los israelitas, se detuvieron y ya no pelearon más”. (vers. 25-28 NVI)
Si pudieramos mirar el futuro y ver el resultado de nuestras luchas, quejas y discordias, comprenderíamos al igual que Abner, que las contiendas no tienen razón de ser. La victoria lograda a este precio resulta siempre amarga, desalentando y dividiendo, agotando las fuerzas y provocando heridas que quizá nunca sanen. Pelear contra nuestros hermanos es pelear la batalla equivocada.
Tomemos posiciones. Cerremos filas alrededor de la verdad.
Permitamos cada día que la sensata voz del Espíritu de Dios nos haga entrar en razón. Que el sonido de la trompeta no sea para llamar a la guerra fratricida y sin sentido que Satanás desea imponer en la iglesia. Más bien ella suena para congregarnos alrededor de la divisa gloriosa de nuestro Señor, para pelear la buena batalla de la fe.
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