Este viernes por la mañana recibí una gratísima sorpresa: un regalo inesperado y caro que me hizo llorar (lo que no es frecuente en mí).
Me provocó además sentimientos encontrados al descubrir algunas facetas negativas de mi carácter.
Llevaba ya varios días bastante abatido por distintas circunstancias, luchando con las sombras que intentaban cubrir mi vida y creo que este regalo fue la manera en que el Señor me dijo cuánto me ama, de una manera que yo le prestara atención.
Este domingo en Argentina se celebra el día del padre. Les había pedido a mis alumnos de segundo grado una pequeña cantidad de dinero, para que llevaran un regalito a sus progenitores. Me sorprendí cuando algunos me trajeron una suma mayor y al averiguar de que se trataba, los pequeños solamente me pudieron decir que una mamá lo estaba pidiendo para otro regalo.
Pensé: -¡que desconsideración! alguien está juntando dinero sin consultarme.
Para mi vergüenza, descubrí entonces que los padres de mis alumnos se habían puesto de acuerdo para obsequiarme un costoso calzado deportivo.
Cuando me entregaron el regalo sentí tristeza por los pensamientos negativos que cruzaron por mi mente, entremezclados con sorpresa, admiración y una creciente gratitud por el esfuerzo realizado y la bondad que me habían manifestado sin yo merecerlo.
Me dolió descubrirme tan insensato. Fue un reproche directo del cielo hacia mí.
¡Cuántas veces juzgamos equivocadamente y actuamos mal en consecuencia! Y lo hacemos con nuestro prójimo y con nuestro Redentor. Vemos faltas imaginarias en los demás y los censuramos en nuestra mente sin verificar si los hechos corresponden con nuestra impresión.
¡Qué decir de nuestra actitud para con Dios! Tontamente y con excesiva frecuencia nos quejamos, desconfiamos y renegamos de la conducción de nuestro amoroso Padre Celestial. Pero a pesar de nuestra falta de gratitud él sigue brindándonos constantemente su generoso e ilimitado amor.
Pero mi mayor descubrimiento fue que, de este modo tan maravilloso, mi buen Dios me habló.
Me hizo ver que no tenía razón para entregarme al descontento, al desaliento y a rumiar desgracias imaginarias.
Me hizo ver que no tenía razón para entregarme al descontento, al desaliento y a rumiar desgracias imaginarias.
Comparto esta cita que me hizo pensar: "El lado brillante y feliz de nuestra religión será representado por todos los que se consagran diariamente a Dios. Ellos le expresarán su gratitud trayendo sus ofrendas de agradecimiento. No queremos deshonrar a Dios relatando lúgubremente las pruebas que nos parecen penosas. Todas las pruebas que se reciben como educativas producirán gozo. Toda la vida religiosa será elevadora, ennoblecedora, fragante de buenas palabras y acciones. El enemigo está contento de que las almas se quejen y tropiecen en el camino, que estén deprimidas, apesadumbradas, gimiendo; porque Satanás quiere que tales impresiones parezcan ser los efectos de nuestra fe". (Manuscrito 70, del 6 de noviembre de 1897, "Diario").
La lección que saco es que debo hablar más del amor, la misericordia, la compasión de Dios.
La lección que saco es que debo hablar más del amor, la misericordia, la compasión de Dios.
Nada de sombras y abatimiento porque le dan la victoria al Diablo y nos quitan la paz, la esperanza y el gozo de la salvación. Tengo que hacer memoria de sus bondades, de su intervención poderosa en mi vida, de su perdón, de la luz que hallé en su presencia, del gozoso privilegio de trabajar para Él, del valor inmenso de las almas que me permitió traer a sus pies, de la comunión con mis hermanos y de los momentos de felicidad que me brindó.
Motivos de gratitud sobran...
Motivos de gratitud sobran...
Me uno para decir con el salmista:
"Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas,
Así clama por ti, oh Dios, el alma mía.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo;
¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?
Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche,
Mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?
Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí;
De cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios,
Entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta.
¿Por qué te abates, oh alma mía,
Y te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle,
Salvación mía y Dios mío.
Dios mío, mi alma está abatida en mí;
Me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán,
Y de los hermonitas, desde el monte de Mizar.
Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas;
Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí.
Pero de día mandará Jehová su misericordia,
Y de noche su cántico estará conmigo,
Y mi oración al Dios de mi vida.
Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí?
¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?
Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan,
Diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios?
¿Por qué te abates, oh alma mía,
Y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle,
Salvación mía y Dios mío.
Así clama por ti, oh Dios, el alma mía.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo;
¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?
Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche,
Mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?
Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí;
De cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios,
Entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta.
¿Por qué te abates, oh alma mía,
Y te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle,
Salvación mía y Dios mío.
Dios mío, mi alma está abatida en mí;
Me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán,
Y de los hermonitas, desde el monte de Mizar.
Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas;
Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí.
Pero de día mandará Jehová su misericordia,
Y de noche su cántico estará conmigo,
Y mi oración al Dios de mi vida.
Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí?
¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?
Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan,
Diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios?
¿Por qué te abates, oh alma mía,
Y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle,
Salvación mía y Dios mío.
Salmos 42
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