En la noche de tragedia
con mi Maestro salí.
Por la llaga de mi espíritu
se acercó Getsemaní.
Sobre la roca de mi alma
cayó el divino Rabí:
"Pasa, Señor, este cáliz,
pasa este cáliz de Mí".
En la noche de tragedia
me pidió: "Ruega hasta el fin".
En el flanco de la roca
con los demás me dormí.
La mirada del Maestro
sobre la frente sentí:
"Ni una hora de tinieblas
pudiste velar por Mí".
Cuando vi sangre y anhelos
en su frente de marfil;
cuando la copa de ajenjo
vi en la roca del jardín,
de redención traspasada
contra la noche caí:
"La copa de Tu amargura
déjame beber a mi".
El cáliz quedó en mis manos;
un sorbo apenas bebí:
la acritud de largos siglos
en un segundo sentí.
Como una daga de amores
la voz llegó del Rabí:
"La copa henchida de hieles
apuré, hombre, por ti".
EL DÍA
"Basta, divino Maestro,
no puedo esta hiel sufrir".
Y la noche se hizo día:
Jesús la bebió por mi
Leonilda A. Peverini
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